La UE alerta del abuso de los antibióticos en España
España es, detrás de Francia, el segundo país de la UE que más antibióticos por persona consume. El dato, resaltado ayer por el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) es "preocupante" para los responsables sanitarios europeos. Los antibióticos son unos medicamentos clave para controlar las infecciones bacterianas, pero su abuso provoca la aparición de resistencias, y que pierdan efectividad.
Aunque todos los sectores están de acuerdo en que hay que controlar este ado por la UE señala, como especialmente grave, que un 30% de los antibióticos consumidos no son recetados, aunque estos medicamentos son todos de prescripción obligatoria.
También destacan que otra parte viene de los botiquines caseros, y que se utilizan más, por ejemplo, cuando llegan la gripe o los catarros, aunque se trata de enfermedades víricas y, por lo tanto, inmunes a estos fármacos.
El uso de antibióticos cae en España con la crisis económica
El uso de antibióticos ha caído de forma general en toda la Unión Europea, pero los países más castigados por la crisis son los que acusan más esa bajada. Mientras la media europea se sitúa en un descenso del 5%, en España e Italia, dos de los Estados más afectados por el deterioro económico europeo, el retroceso es en picado: en España se consume un 15% menos de estos fármacos, e Italia le adelanta en el primer puesto con una caída del 21%.
Aunque la encuesta no es concluyente sobre los motivos de la disminución en el uso de antibióticos, más allá de la efectividad de las campañas mediáticas y la confianza en médicos y farmacéuticos, apunta a la subida de los precios y el copago como motivos para que se consuman en menor medida. El Eurobarómetro remarca en su evaluación que la crisis económica “no puede ser obviada” como una de las explicaciones a la caída en el sur del continente.
Más allá de que la recesión haya causado un descenso en el empleo de antibióticos, España sigue estando “ligeramente” por encima de la media europea en el consumo de estos fármacos. Saber que los antibióticos no matan a los virus, ni sirven para acabar con una gripe o un resfriado, es otra de las causas del descenso. Pero en España la efectividad de las campañas informativas ha provocado solo una parte de la caída, el 12%, y más de la mitad de los españoles sigue pensando que para combatir un catarro la mejor solución es tomar antibióticos. El buen dato es que la gran mayoría reconoce que el abuso de estos medicamentos reduce su efectividad, por encima de la media comunitaria.
Es precisamente la resistencia de los virus lo que preocupa al comisario de Salud, Tonio Borg, que ha subrayado que la Comisión está “enteramente comprometida” con la lucha contra la tolerancia bacteriana. La UE ha invertido en esta batalla 800 millones de euros desde 1997 y ha anunciado este viernes una inyección de 91 millones presupuesto en 15 proyectos de investigación para pymes y universidades. El objetivo es que desarrollen nuevos antimicrobianos o alternativas como bacteriófagos y vacunas. “La investigación y la innovación son esenciales” ha añadido la comisaria de Investigación e Innovación, Geoghegan-Quinn.
Los antibióticos se introdujeron en el Viejo Continente hace 70 años y desde entonces, las bacterias han desarrollado resistencias a muchos de los antibióticos que se crearon para combatirlos. Según el comisario maltés, la tolerancia bacteriana causa 25.000 muertos al año y daños económicos por valor de 1.500 millones de euros en gastos médicos y pérdidas en productividad.
Dos de cada tres valencianos abusan de los antibióticos
Dos de cada tres valencianos acude a los medicamentos antibióticos de forma abusiva e inadecuada. De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional sobre Consumo de Antibióticos en España: primera aproximación a las actitudes, comportamientos y creencias de los usuarios, el 66% de los valencianos consume estos compuestos para combatir patologías para las que no están indicados, como la gripe y el catarro, y su uso indebido hace resistentes a las bacterias y reduce la eficacia de este medicamento, lo que dificulta el tratamiento.
La principal razón de uso incorrecto de estos medicamentos radica en la extendida costumbre de automedicación en un elevado porcentaje de pacientes, según se desprende del trabajo desarrollado en el marco de la segunda campaña nacional Con los antibióticos no se juega, puesta en marcha por Farmaindustria -la patronal de la industria farmacéutica- y el Ministerio de Sanidad y Consumo, y presentada ayer en Valencia en un acto en el que participó el consejero de Sanidad, Serafín Castellano.
Precisamente los datos de la Comunidad referidos a la automedicación son más positivos que los del resto del Estado. Mientras el porcentaje de valencianos que consume medicamentos al margen del visto bueno de los profesional es del 7%, la media del resto de comunidades autónomas se sitúa en el 11%. Además, pese al elevado abuso de antibióticos, en la comunidad se ha registrado un descenso de consumo a lo largo de los últimos años, de acuerdo con la información ofrecida por Sanidad. En 1999, la cifra de envases consumidos fue de 5,824 millones, frente a los 5,223 de 2000 y a los los 5,009 millones de envases del año pasado. Otro de los datos ofrecidos ayer muestra el peso de estos medicamentos en el botiquín doméstico: el 41% de los hogares españoles tiene algún antibiótico en casa. Y representan el 12% de las medicinas que toman los niños. La razón del empleo desmedido de los antibióticos radica, según el asesor científico de la campaña, Javier Máiquez, en la idea extendida de que son medicamentos inofensivos, eficaces y seguros que salvan vidas y que curan desde una gripe hasta una fiebre alta, lo que ha llevado a que España se convierta tras Francia en el país europeo con mayor consumo de antibióticos y de mayor número de resistencias.
Respecto a las causas de la automedicación -especialmente frecuente entre los 21 y los 41 años-, el 4,9% de los encuestados dijo que lo había hecho por una prescripción anterior del médico, y otro 2% por la imposibilidad de acudir al médico.
Por otra parte, Castellano, que por la tarde pronunció una conferencia sobre Los nuevos retos de la Sanidad en el Foro de Opinión de Valencia, cifró en 120 millones de euros el gasto que le supone a la Generalitat la atención a pacientes de fuera de la Comunidad valenciana, por lo que reclamó un fondo de cohesión estatal que dé respuesta 'a los desplazados extranjeros y de otras autonomías'.
Los antibióticos pierden efectividad en todo el mundo
“Existe el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”. Aquella profecía que lanzó Alexander Fleming en 1945, en su discurso al recibir el premio Nobel por el descubrimiento de la penicilina (no su primer antibiótico, pero sí el más famoso), se ha cumplido. No es que haya habido un hombre ignorante. Han sido millones de hombres y mujeres los que, desde entonces, al inframedicarse cuando tenían una infección, han facilitado que las bacterias y otros microorganismos adquirieran resistencias. Y la carrera evolutiva (bacterias que mutan para sobrevivir al antibiótico contra seres humanos que desarrollan nuevos fármacos para actuar contra los patógenos mutados) ha llegado a un punto que ha llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a un punto de alerta. El llamamiento es claro: “Si no tomamos medidas importantes para mejorar la prevención de las infecciones y no cambiamos nuestra forma de producir, prescribir y utilizar los antibióticos, el mundo sufrirá una pérdida progresiva de estos bienes de salud pública mundial cuyas repercusiones serán devastadoras”, ha dicho Keiji Fukuda, subdirector general de la OMS para Seguridad Sanitaria. “Los datos son muy preocupantes y demuestran la existencia de resistencia a los antibióticos, especialmente a los utilizados como último recurso, en todas las regiones del mundo”, indica la OMS.
El problema de las resistencias no es nuevo, pero la OMS ha intentado, por primera vez, ponerle cifras. Para ello ha pedido a los 194 países que son miembros de la organización que le envíen los datos más recientes que tienen. Y ahí ha surgido el primer problema: solo 114 tenían información acerca de alguna de las siete bacterias sobre las que se les preguntó, y nada hay peor para tratar un problema que no saber cómo es de grave. Ni siquiera España ha ofrecido datos de todos, pero tiene una lógica: una de las bacterias por las que se preguntaba, la Shigella, se da en aguas contaminadas. Aun así, son muchos, y la conclusión es clara: las formas más resistentes —lo que en medicina podríamos definir como las peores— están ya en todo el mundo.
El ejemplo puede ser la bacteria Klebsiella pneumoniae resistente a los carbapenémicos, una de las últimas familias de antibióticos existentes. Estas superbacterias (a los patólogos no les gusta el nombre, pero los medios tendemos a simplificar rápidamente nombres tan complicados) se detectaron hace poco más de 10 años en UCI de EE UU. Su propagación ha sido imparable. En el informe de la OMS, 80 países han notificado casos. Y en proporciones que no son despreciables. Por centrarse en la región europea de la OMS, el 68,2% de las personas infectadas por klebsiella en Grecia ya tenían esta resistencia; en Georgia, el porcentaje es del 57,1%. En España, afortunadamente, la tasa en el 0,3%, aunque hay hospitales madrileños, entre otros, que han reportado brotes que no consiguen erradicar desde hace meses. Tanto, que la Comunidad de Madrid ha puesto en marcha un plan específico para intentar su regulación. Afortunadamente para la población general, esta bacteria es propia de sistemas hospitalarios, y no suele aparecer en el exterior. Pero para los afectados, todavía pocos, es un importante problema ya que causan infecciones para las que casi no quedan alternativas. Suelen ser graves, en personas ya debilitadas, y aparecen neumonías (como su nombre indica) y septicemias o infecciones generalizadas. Además, se transmiten fácilmente, indica la OMS.
Los siete grupos de bacterias-resistencia elegidos por la OMS para este primer estudio mundial podrían considerarse “patógenos centinelas”, indica Rafael Cantón, vicepresidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (Seimc). “Se podrían haber elegido otras, pero con estas se hace evidente que están en todas partes”, dice.
En concreto, aparte de la Klebsiella pneumoniae resistente a los carbapenémicos, se ha preguntado por las klebsiellas resistentes a cefalosporinas, las Escherichia coli resistentes a cefalosporinas y fluoroquinolonas, el Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (la famosa MERS), y, dentro de las bacterias que no son propias de entornos hospitalarios, el estreptococo neumónico resistente a penicilina, la salmonela y la Shigella resistentes a fluoroquinolonas y la Neisseria gonorrhea resitente a la cefalosporina. Como se ve, un combinado capaz de preocupar al menos aprensivo.
Como un añadido, el informe recoge otras cuatro infecciones las que las resistencias también son un problema: tuberculosis (3,6% de casos que no responden al tratamiento estándar; un porcentaje que sube al 20,2% entre quienes ya la han pasado con anterioridad); VIH (entre el 10% y el 17% de los nuevos infectados tienen un virus insensible a alguno de los antivirales); malaria (con focos de resistencia a la artemisinina, la medicación estándar) y gripe (con variantes, como la llamada A, que ya no responden a una de las dos familias de fármacos existentes).
Traducidas a enfermedades, son las suficientes para infectar sistema digestivo, urinario, vías, sistemas de respiración asistida, sangre, pulmones y cualquier herida superficial. Y de causar muertes, prolongar las estancias hospitalarias o acortar los años de vida saludables —la medida favorita de la OMS—: 440.000 en el planeta solo atribuibles a la gonorrea y muchos más a las diarreas de la Escherichia coli y la salmonela.
Cantón coincide en el diagnóstico: “Nos podríamos quedar sin alternativas”, afirma. Sería como si el mundo diera un salto —para atrás— en el tiempo y se volviera a los tiempos de antes de los antibióticos. “El peligro es que podemos llegar a una situación preantibióticos”, dice el médico. “Hoy día no se entendería un trasplante o una cirugía sin profilaxis; son clave para la medicina actual”.
Esta situación, sin embargo, aún no ha ocurrido. Para los enfermos de estas variantes “se eligen combinaciones de medicamentos”, dice Cantón. “O se recurre a antibióticos clásicos con un perfil de seguridad no tan bueno”. También hay otras medidas que se pueden tomar, como extremar el cuidado en el manejo de los pacientes (sobre todo los mas graves en UCI) “con programas multidisciplinares”.
El médico pone un ejemplo de que los planes de lucha contra estas infecciones funcionan: “En los ochenta, el 40% o 45% de los estafilococos en España eran MRSA; ahora, según el informe de la OMS, son el 22,5%”.
Pero la preocupación está ahí. Si las resistencias se extienden aún más, solo se podrán combatir con nuevos antibióticos. “Pero nuevos no hay y los que vienen son pocos”, dice Cantón.
Mientras los fármacos acuden a nuestra ayuda, al médico le parece bien que la OMS lance un mensaje de alerta. “Hay que cambiar las normas sociales como pasó con el tabaco” para que la población sepa utilizar bien estos medicamentos, dice. Que la gente sepa que el “mal uso de los antibióticos tiene un efecto secundario: las resistencias”. Fleming, hace 70 años, lo hubiera dicho de otra manera: “Que el hombre no sea tan ignorante”.
Bacterias
Hace un par de años unos colegas me hicieron el favor de preguntar a médicos de hospitales si creían necesario investigar para combatir a las bacterias resistentes con nuevos antibióticos. Lo más sorprendente no es que dos tercios dijesen que no, sino que la razón esgrimida era que los antibióticos ya existentes, o una combinación de ellos, resuelven en los hospitales el 80% de las infecciones. Quedaba implícito que un 20% de los casos no se resolvían; en otras palabras, que el enfermo no sobrevivía. Preguntados por si esos casos tenían algo en común, la respuesta era que son enfermos con uno de tres problemas: están inmunodeprimidos, han sufrido una cirugía mayor o son viejos.
Intento reflexionar sobre el porqué a determinados enfermos se les considera casos perdidos. ¿Se aplican criterios muy economicistas al derecho de los enfermos? Para explicarme, ¿si el enfermo con pulmonía tiene 40 años, un individuo productivo, hay que curarle, pero si tiene 80 no? Seguramente si lo preguntamos así nadie admitirá que uno y otro tengan derechos diferentes, pero no considerar importante encontrar curas para uno de ellos tiene ese significado. Además, es que el riesgo de contraer la pulmonía aumenta significativamente con la edad.
Tampoco es hoy frecuente que personas sanas enfermen de tuberculosis, pero la incidencia de esta enfermedad entre los enfermos de sida no es despreciable, y el bacilo de Koch es cada día más resistente a los antibióticos que le combaten. ¿Tienen estos enfermos menos derecho a que se trabaje para encontrar una cura para una de las enfermedades que puede llevarles a la muerte? Una vez más, preguntado así nadie se atrevería a decirlo.
Y raro es quien, con una vida normal, pesca una infección por bacterias como, por poner un ejemplo de actualidad, acinetobacter, u otra de las que producen enfermedades nosocomiales, las que ocurren en los hospitales. Pero esto sí es un riesgo para quienes han sufrido operaciones quirúrgicas de envergadura. Una vez más diríamos que estos pacientes debieran tener el mismo derecho que cualquier ciudadano a que se busquen medios para curarle. Ni el viejo ni el inmunodeprimido ni el paciente quirúrgico merecen morir con una infección por mucha edad que tengan o graves que sean sus otras enfermedades. Aunque no sea la causa fundamental de su muerte, una infección no es nada agradable de tener.
Pero estos principios elementales de ética parecen estar en segundo plano, casi diríamos escondidos por el inconsciente colectivo, cosa que contrasta con la exquisita actitud empleada para otros casos, en que no se trata ya de vivir o morir, sino de aminorar el sufrimiento que inevitablemente acompaña al dejar de existir.
No intento culpabilizar a nadie, y menos por su trabajo: los médicos tratan a los enfermos con su mejor ciencia para curarles, las farmacéuticas desarrollan las mejores medicinas que pueden y los investigadores perseguimos ideas que lleven a encontrarlas, hasta los políticos distribuyen los limitados fondos disponibles para así mejorar nuestras vidas. ¿Dependen nuestros derechos de según sea de lo que enfermamos? Nadie en sus cabales responderá afirmativamente, pero un conjunto de circunstancias contribuye a que al final exista un problema. Para resolverlo, debemos saber que existe. Si todos tenemos derecho a que se traten nuestras enfermedades, debemos demandar, desde todos los foros y a todas las instancias, que se pongan medios para conseguirlo. Urge encontrar nuevos compuestos que frenen las infecciones, en especial las causadas por microbios resistentes, y eso no es sencillo, los antibióticos fáciles de encontrar ya se llevan usando más de medio siglo. Queda una labor difícil y costosa, tanto en imaginación como en recursos. Si no la hacemos seguiremos haciéndonos preguntas éticamente incómodas.
Miguel Vicente es profesor de investigación del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología.