Ivermectina: un medicamento de Nobel
El japonés Satoshi Omura ha ganado el premio Nobel de Fisiología y Medicina gracias al descubrimiento de la ivermectina hace más de 30 años. Conocida sobre todo por su extraordinario espectro de acción contra nematodos —diversas especies de gusanos que causan una importante proporción de las enfermedades olvidadas más frecuentes del planeta—, la ivermectina es utilizada en el tratamiento de millones de personas en riesgo de presentar enfermedades devastadoras, como la oncocercosis o la filariasis linfática, y tiene un importante rol en el control de las helmintiasis intestinales. Debido a su seguridad y amplio espectro, se trata de un medicamento catalogado de esencial por la Organización Mundial de la Salud y una de esas herramientas consideradas una bala mágica en salud global. Sus propiedades contra varias enfermedades de la pobreza la hacen candidata a convertirse en uno de los próximos descubrimientos en salud global por su potencial para la mejora de la calidad de vida y la disminución de la mortalidad global en países de renta baja.
Sin embargo —y aquí es donde vienen los peros—, las balas mágicas no son nada sin pistolas mágicas. Y hoy en día la ivermectina, por desgracia, no es accesible para todas las personas que lo necesitan. Desde los años ochenta, la ivermectina está disponible para el tratamiento de la oncocercosis y la filariasis linfática en áreas endémicas a través de donaciones de la industria farmacéutica Merck, pero no está comercializada o es muy cara en la mayoría de países para el tratamiento de las otras enfermedades parasitarias. De manera particular, no se encuentra disponible para tratar la estrongiloidiasis humana, a pesar de ser el tratamiento considerado de primera opción y también el más eficaz contra esta enfermedad parasitaria que afecta a decenas de millones de personas en el mundo y que resulta especialmente peligrosa en personas que tienen una inmunidad comprometida.
Uno de los motivos principales de la falta de acceso a esa bala mágica es que las enfermedades que combate son aquellas llamadas enfermedades olvidadas. Se caracterizan por afectar a millones de personas con bajos recursos en países tropicales o subtropicales, a pesar de lo cual la inversión en investigación y desarrollo es mínima. En general, no representan un atractivo para la industria farmacéutica debido a su escaso mercado económico. En el caso de la ivermectina, ese hecho ha causado que existan pocas opciones de acceso a ella fuera de las donaciones restringidas a ciertos países y a ciertas enfermedades, y que sea poco asequible por su precio, teniendo en cuenta que la población que la necesita suele vivir con menos de dos dólares diarios.
La ivermectina ofrece enormes posibilidades aún por descubrir en salud pública, en especial a través del control y la eliminación de varias enfermedades infecciosas olvidadas y de su potencial rol en el control de la malaria, ya que tiene la capacidad de matar a mosquitos que ingieren sangre de personas que han recibido el medicamento. Son necesarias iniciativas de gran calibre en investigación que faciliten el uso de nuevas formulaciones de ivermectina, y aporten datos de eficacia y de seguridad. Sin embargo, generar políticas de acceso a este medicamento esencial y precios adecuados a la población que sufre de las principales enfermedades olvidadas es el primer paso para mejorar la vida de millones de personas, en especial las de los niños en edad escolar. Sólo así tendrá pleno sentido el descubrimiento del profesor Omura.
La comunidad global debe actuar para asegurar que los medicamentos esenciales son asequibles, accesibles y se encuentran disponibles para todas aquellas personas que lo necesiten, independientemente de la indicación y del lugar en el que hayan nacido. En este sentido, hoy se presenta en Madrid la campaña No es Sano, que pretende contribuir a generar un sistema de investigación médica eficiente, sostenible y que garantice el derecho universal a la salud y el acceso a los medicamentos que la población necesita.
El doctor Jose Muñoz es especialista en Medicina Tropical en el Hospital Clínic de Barcelona e investigador en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
Objetivo: liberar a los niños pobres de los parásitos intestinales
No se ven, pero ahí están. Los parásitos intestinales no se manifiestan a través de síntomas fácilmente detectables de un vistazo como en el caso de la malaria o de la tuberculosis, pero poco a poco debilitan el organismo de quienes los contraen. Su escondrijo preferido es el cuerpo de niños pobres de zonas tropicales y subtropicales que viven en zonas con escaso acceso a servicios de agua, saneamiento e higiene. Aunque en algunas regiones de África subsahariana, América Latina y Asia el porcentaje de infancia afectada puede rozar el 30-40%, las helmintiasis transmitidas por el suelo pertenecen al grupo de las llamadas enfermedades olvidadas. Un ensayo que arrancará en 2020 se propone testar la eficacia de un nuevo tratamiento que combina dos fármacos para ayudar a parar la transmisión de los gusanos y contribuir a romper el círculo de pobreza.
En el mundo, las personas infectadas son alrededor de 1.500 millones, según la Organización Mundial de la Salud. No es una enfermedad mortal, pero los síntomas son muy variados, desde diarrea a dolor abdominal, debilidad, anemia y malnutrición. Los niños que entran en contacto con los gusanos tienen dificultades en el aprendizaje, algo que puede condenarles al abandono escolar o a conseguir peores trabajos en el futuro, minando el desarrollo de la entera sociedad. Los tratamientos disponibles actualmente son capaces de liberar el organismo de los gusanos, pero están perdiendo eficacia y tienen que hacer frente al surgimiento de posibles resistencias. El proyecto STOP se propone encontrar un nuevo camino para cortar la cadena de transmisión a través del desarrollo de un fármaco que combina dos medicamentos (albendazol e ivermectina).
La iniciativa, financiada con unos cinco millones de euros provenientes de fondos europeos, reúne el trabajo de ocho organizaciones (la Universidad de Bahir Dar, en Etiopía; el Instituto de Investigación Médica de Kenia; el Centro de Investigación en Salud de Manhiça, en Mozambique; el Centro Médico de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos; la Escuela de Medicina Tropical e Higiene de Londres; y, en España, la Universidad de León, los laboratorios Liconsa e ISGlobal, que coordina los esfuerzos).
“Hay muchas estrategias para el control de los parásitos, pero hay solo dos que son cruciales”, explica el investigador de ISGlobal —un centro impulsado por la Fundación Bancaria la Caixa— Jose Muñoz Gutiérrez, coordinador del proyecto STOP y jefe de sección de medicina tropical del Hospital Clinic. “Mejorar las condiciones de agua, higiene y saneamiento, sobre todo en las escuelas, y la administración masiva de albendazol, incluso a los que no estén infectados”. Aunque este medicamento es seguro y se toma en una sola dosis, su eficacia varía según las variedades del gusano. Para uno de los cuatro tipos existentes, el Trichuris, ha disminuido por debajo del 30% y es prácticamente nula para el Strongyloides.
“Hay más problemas relacionados con el albendazol”, agrega Muñoz. “Uno es la aparición de resistencias y otro es que con frecuencia los niños se atragantan con las pastillas e incluso pueden morir”. Para sortear este último obstáculo, los investigadores están trabajando en el desarrollo de un fármaco que se disuelve en la boca.
“Con albendazol e intervenciones en agua y saneamiento, hemos conseguido que haya un poco menos de parásitos, pero hay que continuar. Si un niño bebe un vaso de agua contaminada o come una ensalada con huevos de parásito, este se desarrolla en su intestino y pone huevos que se depositan en las heces. Y otro niño que entre en contacto con ellas se infectará. Aunque tomen el tratamiento, si siguen estando constantemente expuestos a los gusanos, no llegaremos nunca a nuestro objetivo”, indica.
El nuevo tratamiento en el que trabaja el proyecto STOP combina el albendazol con otro medicamento antiparasitario, la ivermectina. Hasta ahora este fármaco estaba disponible de manera gratuita solo por el tratamiento de dos otras enfermedades olvidadas (la filiaris linfántica y la oncocercosis). Fuera de estos presupuestos, su coste es muy elevado. “Al coformularla con albendazol, queremos incrementar su disponibilidad, abaratando el precio”, señala Muñoz.
El ensayo clínico que comenzará en marzo de 2020 en escuelas rurales de Etiopía, Kenia y Mozambique busca demostrar si el nuevo tratamiento es eficaz contra los cuatro tipos de parásitos. Para ello, se seleccionarán 2.000 jóvenes de ambos sexos hasta los 18 años, que hayan contraído los parásitos, que no tengan otras enfermedades, ni estén embarazadas. “Vamos a comparar la estrategia tradicional con nuestra coformulación. Les suministraremos el tratamiento de manera aleatoria y les seguimos durante los cuatro primeros días para evaluar la seguridad del fármaco, ya que combina dosis más elevadas tanto de albendazol como de ivermectina. Para comprobar la eficacia, a los 21 días volvemos a mirar las heces de estos niños para ver si tienen gusanos”, asegura el coordinador del proyecto.
Muñoz es consciente de que, si se quiere dar el salto del control a la transmisión de los parásitos, es necesario trabajar también con los adultos. “Es muy complicado logísticamente”, admite. “Es relativamente fácil ir a una escuela y alcanzar a los niños, aunque habrá muchos no escolarizados, pero la cosa se complica si hay que proceder casa por casa en países extensos con población muy dispersa en zonas rurales. Es muy caro”, explica. El tratamiento recubre especial importancia en las mujeres en edad fértil, ya que los gusanos representan un condicionante de debilidad durante el embarazo y sus efectos en la salud del bebé permanecen poco estudiados.
Igual de necesarias, insiste Muñoz, son las intervenciones de agua, saneamiento e higiene. “Suelen ser costosas y tienen que ir acompañadas de campañas de información. Hay familia que contrayen deudas para instalar letrinas en sus hogares. En las escuelas en las que estamos trabajando, por ejemplo, no hay agua y el pozo más cercano está a dos kilómetros caminando. De alguna forma, decir al niño que use el agua para lavarse las manos y para limpiar la letrina después de lo que le ha costado ir a por ella, es como desperdiciarla. Es un pez que se muerde la cola: la información sanitaria tiene que ir acompañada de recursos. No puedes decir a alguien que se lave las manos si no dispone de un grifo”.
El Nobel de Medicina premia terapias contra la malaria y otros parásitos
Tres investigadores han ganado el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por desarrollar nuevos tratamientos contra enfermedades parasitarias que afectan a millones de personas en todo el mundo. El irlandés William Campbell y el japonés Satoshi Omura comparten la mitad del galardón por sus terapias contra enfermedades causadas por gusanos. La otra mitad del premio la recibe la china Tu Youyou por descubrir, hace casi cuatro décadas, un compuesto clave para tratar la malaria.
Que Youyou reciba una mitad del premio es un hecho a destacar. Solo el 3% de los premios nobel de ciencia son mujeres. En toda su historia, el Nobel de Fisiología o Medicina ha reconocido un total de 207 personas. Solo 11 de ellas son mujeres y apenas cuatro habían sido premiadas en la última década.
Las enfermedades causadas por parásitos han sido una plaga para los humanos durante milenios y constituyen un gran problema para la salud global, señala el Instituto Karolinska, que otorga el premio, en un comunicado. Los premiados de este año han desarrollado tratamientos que han “revolucionado” el tratamiento de alguna de estas enfermedades parasitarias, han añadido.
Campbell y Omura descubrieron la avermectina, cuyos derivados han reducido drásticamente la incidencia de la filariasis linfática (elefantiasis) y la oncocercosis. Youyou descubrió la artemisinina, un compuesto que ha permitido salvar la vida a millones de infectados por malaria, también una enfermedad parasitaria.
Estas enfermedades afectan a cientos de millones de personas en todo el mundo, especialmente en países pobres. El impacto de los tratamientos desarrollados por el trío de investigadores en la mejora de la salud global y la reducción del sufrimiento es sencillamente "incalculable", según el comunicado. Los efectos antiparasitarios de los derivados de la avermectina son tan potentes que tanto la filariasis linfática como la oncocercosis son ahora enfermedades a punto de ser erradicadas, dice el Karolinska.
La elegida de Mao
Como ha explicado la asamblea de científicos que eligen a los ganadores, el paludismo, o malaria, "ha estado junto a la humanidad desde que tenemos memoria". En la actualidad, la enfermedad sigue siendo uno de los grandes asesinos de pobres en las regiones más desfavorecidas del planeta. Esta infección parasitaria que se transmite por la picadura de mosquitos acaba cada año con la vida de más de medio millón de personas.
A finales de la década de 1960, Vietnam pidió ayuda a la china comunista de Mao. La causa no era tanto la guerra contra EE UU como una variante de la malaria que estaba matando muchos más soldados y civiles que la contienda, pues el parásito se había vuelto inmune a los tratamientos convencionales basados en cloroquina.
En 1969, con China sumida en la Revolución Cultural, Mao creó el programa secreto 523, en el que unos 50 institutos de todo el país se lanzaron a encontrar un nuevo tratamiento. Tu Youyou fue nombrada jefe del proyecto en su instituto. La investigadora repasó unas 2.000 recetas antiguas de medicina china en busca de compuestos de interés y analizó la eficacia de 380 extractos de plantas en animales infectados de paludismo. El mejor compuesto resultó ser la artemisinina, extraída al cocer plantas de ajenjo chino (Artemisia annua).
Youyou encontró la pista para extraer artemisina de un texto del año 340, aunque tuvo que perfeccionar la técnica hasta que el compuesto resultó 100% efectivo contra el parásito de la malaria (Plasmodium falciparum). Ella fue la primera voluntaria en tomarlo para comprobar si era seguro. El resto es historia, aunque no muy conocida. En 1979 se publicó el primer estudio científico en inglés describiendo los excelentes resultados del compuesto en la lucha contra el parásito Plasmodium falciparum. Siguiendo la tradición comunista, no había firmantes, lo que contribuyó a que Youyou y su excepcional hallazgo fuesen poco conocidos incluso para expertos en este campo hasta hace pocos años.
En la actualidad, la artemisinina se sigue extrayendo del ajenjo y es usada junto a otros fármacos, lo que permite reducir la mortalidad de la malaria un 20% en adultos y hasta un 30% en niños. Esto supone salvar cada año 100.000 vidas solo en África, uno de los continentes más castigados por esta enfermedad, según ha destacado el Karolinska. No obstante, el parásito de la malaria está desarrollando resistencia a la artemisinina, lo que hace crucial desarrollar nuevos tratamientos y, especialmente, una vacuna. Youyou, de 84 años, sigue afiliada a la Academia China de Medicina Tradional. En 2011 recibió el prestigioso Premio Lasker de medicina por sus investigaciones de la artemisinina.
Si Youyou encontró lo que buscaba en una planta, el japonés Satoshi Omura lo hizo en el suelo. Este microbiólogo se centró en las streptomyces, un gran grupo de bacterias de las que ya se han extraído potentes antibióticos como la estreptomicina. Omura, que actualmente es profesor emérito de la Universidad de Kitasato, en Japón, aisló nuevas bacterias de muestras de tierra y entre ellas seleccionó las 50 variantes más prometedoras. William Campbell, un experto en parásitos que actualmente trabaja en la Universidad Drew (EE UU), tomó el testigo probando la efectividad de varios compuestos producidos por las bacterias de Omura. Así se llegó hasta la ivermectina, un derivado de la avermectina que aniquila las larvas de los gusanos que producen las enfermedades parasitarias.
El compuesto ha resultado especialmente útil contra las dos infecciones resaltadas por el comité del Nobel, ambas transmitidas por la picadura de moscas y mosquitos. La elefantiasis afecta al sistema linfático y produce graves deformaciones en algunas partes del cuerpo causando dolor y discapacidad grave. Hay más de 120 millones de personas infectadas y unos 40 millones están desfiguradas e incapacitadas por la enfermedad, según la Organización Mundial de la Salud. A la oncocercosis se la conoce como ceguera de los ríos, pues la dolencia acaba impidiendo la visión de los infectados. Sigue siendo un problema en 31 países tropicales de África, en Yemen, y en cuatro naciones de América del Sur, donde aún hay focos dispersos. En 1987 el fabricante de la ivermectina (Merck) se comprometió a dar el medicamento gratis mientras se necesite.
Proyecto Bohemia: convertir a las víctimas de malaria en asesinos de mosquitos
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Es una mañana como tantas otras en el barrio 24 de Julho de Mopeia, y nada hace presagiar que vaya a ocurrir algo inusual. Apenas viven aquí un puñado de las 150.000 personas del distrito, repartidas en una extensión de campo de unos 8.000 kilómetros cuadrados que conforman una de las zonas más remotas e inaccesibles de la provincia de Zambezia, en el corazón de Mozambique.
El centro urbano más próximo se halla a menos de una hora en coche de este paraje de cultivos de maíz, anacardo y arroz salpicado de viviendas de cañizo por el que se deja ver algún animal doméstico, quizá un cerdo o unas gallinas, vecinos en bicicleta, mujeres transportando agua o machacando mijo con el mortero y multitudes de niños jugando porque es sábado y no hay colegio.